Cuando me inicié en el mundo de internet recuerdo que me topé con un exceso de información brutal. Acostumbrado a ver las cosas bajo un solo punto de vista, a mis trece o catorce años me resultaba un tanto molesto que para todo hubieran segundas y terceras versiones. Aquel amplio abanico de opciones me pareció algo nuevo, casi milagroso, pero ese exceso de información también tenía su parte negativa. ¿En qué creer?
Con el paso del tiempo me acostumbré al riego constante de información y aprendí a separar las versiones absurdas de las más coherentes, a saber discernir entre lo puramente conspirativo y lo que merece alguna sombra de duda. Como todos (o casi todos), hubo un tiempo en el que también caí en la red magufa y me tragaba todas las tonterías y sin sentidos que salían por la boca de ciertos gurús y amantes del to' natural. Por aquel entonces no era consciente de que todo era un negocio y que ni los mismos gurús se creían la mayor parte de las sandeces que soltaban, pero eran, como he dicho, otros tiempos.
Aunque suene a tópico, mi escepticismo comenzó cuando me aficioné a la lectura. Exacto señores, cuando uno lee libros de fantasía o de ciencia-ficción se da cuenta de lo fácil que resulta darle la vuelta a la realidad y amoldarla para crear una historia. Sagas como El Alquimista (de Michael Scott), Artemis Fowl (de Eoin Colfer) o Harry Potter (de J.K. Rowling) son ejemplos clave. El autor crea unos personajes, los sitúa en un entorno determinado y funde la realidad con la ficción proporcionándole al lector una explicación más o menos plausible. Al ofrecerle una explicación lógica, el lector la acepta sin más y sigue con la lectura. Las hipótesis conspirativas (me niego a llamarlas "teorías") funcionan igual.
Al lector puede resultarle curioso que mi escepticismo se iniciara con los libros de fantasía, ya que la lógica nos lleva a pensar que debería ser lo contrario, ¿no? Sin embargo, cuando leía esas historias no podía evitar encontrar algunos puntos en común con las archiconocidas conspiraciones que inundan el mundo magufo a diario. ¿No son lo mismo? Me pregunté en más de una ocasión.
Dicen que la mejor manera de volverse ateo (o agnóstico) es leer la Biblia y comprobar de primera mano sus contradicciones. Pues bien, ahora puedo decir que acudir a las fuentes oficiales no es siempre el mejor método para volverse escéptico (los hay muy cabezotas que no razonan ni así). Hay veces que lo mejor es ir a la raíz del problema, es decir, leer novelas fantásticas o de ciencia ficción y analizar las conexiones que ofrece el autor para darle coherencia a la historia. Si encuentras puntos en común entre esas novelas fantásticas y alguna hipótesis dicha o escrita por algún gurú, ya sabes: pura magufería.
PD. No estoy diciendo que escribir novelas de género fantástico o de ciencia ficción sea algo sencillo que pueda hacer cualquiera. Lo he expuesto de esa forma para abreviar.
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