lunes, 6 de diciembre de 2021

Cuando un gato entra en tu vida (o varios)

Neo, el primer día que lo traje a casa

La primera vez que metí a un gato en casa fue un día de septiembre del año pasado. En un principio, iba a por un bebedero de canarios más grande, pero por azares del destino un tipo de unos cincuenta años entró en ese momento con un ajado trasportín y cuatro gatos de apenas dos meses dentro. Aunque siempre me habían gustado, admito que por aquel entonces no tenía ni idea de gatos y ni siquiera me había planteado seriamente tener uno, así que esperé a ver qué historia iba a contarle el tipo a una dependienta que ya comenzaba a mirarlo con cara de pocos amigos. Según le dijo, paseando al perro de madrugada se los había encontrado en un contenedor dentro de una caja de cartón poco antes de que pasara el camión de la basura. Evidentemente, la dependienta no le creyó y le contestó que no podía hacer nada, cosa que decepcionó un poco al desconocido. 

Yo, por mi parte, estaba viendo la escena expectante y tras pensarlo unos minutos le dije que yo podía quedarme uno, a lo que el hombre accedió encantado. Cuando sacó a uno de los machitos del ajado trasportín (le dije que no quería una hembra), le vi con más claridad el clásico naranja atigrado y me recordó de inmediato al Garfield de los dibujos animados. Como ya no había vuelta atrás, decidí comprar en ese momento el trasportín, el arenero, la arena, el pienso, el rascador y un largo etcétera para que al animalico no le faltase de nada. ¡Ah! Y el bebedero para los canarios.  ¿Te puedes creer que casi me fui sin él? ¡Ja, ja!

Echando la vista atrás, no recuerdo muy bien cómo fui capaz de cogerlo todo y llevarlo al piso en un solo viaje. Lo que sí recuerdo es que nada más cerrar la puerta me dirigí a la cocina y le llené ahí mismo el cuenco de pienso. Cuando abrí el trasportín, el gatito salió como si nada, olisqueó un poco el ambiente, dio un par de vueltas a la cocina y comenzó a zampar. He de añadir que durante todo este proceso no me bufó ni me mostró miedo en ningún momento. Es más, luego me di cuenta de que actuaba como si el piso fuera suyo y como si fuera él quien me permitía estar allí. No por nada la primera noche ya estaba reclamando mi cama como de su propiedad. Básicamente, ese gato no tenía vergüenza y no parecía tenerle miedo a nada.

Coco, aún recuperándose en casa
de sus rescatistas

Con el tiempo me fui dando cuenta de que Neo necesitaba a alguien de su especie, así que aproveché la oportunidad de que un compañero de trabajo había rescatado a una parejita de la calle y le dije que cuando se recuperasen podía darme uno. Según me contó, los pobrecillos estaban con los ojos hechos polvo, plagados de hongos, con arañazos y dejándose morir de hambre. Si mi compañero de trabajo y su mujer no los hubiesen recogido seguramente se habrían muerto de hambre o de enfermedad pocos días después, ya que los otros gatos tampoco les dejaban comer y parece que se lo hacían pasar bastante mal.

El primer día que lo traje a casa me di cuenta de que no era como el otro. Neo era un gato tranquilo, confiado y mimoso que no conocía la maldad de la calle.  El nuevo, en cambio, estaba totalmente traumado por lo que le había tocado vivir en tan poco tiempo y durante los primeros días no pude ni acercarme a él. Por suerte, los lametones de Neo y su alegría por tener un compañero felino lograron aplacar su terror unos cuantos grados y poco a poco fue dejando de esconderse en cualquier rincón. De hecho, un ejemplo de lo calmado que es el gato naranja es que cuando Coco (así decidí llamarlo) le bufaba él ni se inmutaba. Simplemente, levantaba la cabeza, lo miraba todo legañoso y se volvía a dormir. Admito que más de una vez temí por su integridad física.

Actualmente

Más de un año después, Neo sigue igual de bonachón y Coco se ha convertido en un gato regordete que no sale de debajo de las mantas cuando hace frío. El tercero, uno negrito de ojos dorados que adopté en abril, todavía es puro nervio y es un poco pronto para saber cómo será su carácter, pero por lo que estoy viendo parece una mezcla de los dos. A modo de curiosidad, quería añadir que a la hora de introducir nuevos gatos en casa el cascarrabias es Neo. Coco, por su parte, se acerca sin mucho miramiento e intenta hacerse amigo suyo enseguida, pero el naranja lo ve como una amenaza y no deja de mirarlo como a un insecto hasta que no pasa una semana.