martes, 6 de octubre de 2015

La importancia de un voto


Mi interés por la política ha ido variando con el tiempo. En mi niñez veía por la televisión a esos personajes trajeados hablando con complicados tecnicismos y los clasifiqué como un tema aburrido que solo veían los viejos. Como es obvio, por aquella época me llamaba más la atención darle patadas a un balón que tragarme discursitos de voz engolada o réplicas que pretendían ser feroces. Todo aquello me parecía demasiado absurdo como para prestarle atención, así que, cuando podía, cambiaba de canal y ponía los dibujos animados.

Pocos años después, ese mundo tedioso comenzó a despertar mi curiosidad. ¿La razón? Me di cuenta de que aquellos personajes tomaban decisiones que nos afectaban a todos. Con solo prestar un poco de atención a los monólogos, unas veces solemnes y otras pedantes, te daba la sensación de estar ante una partida de pimpón donde cada adversario intentaba conseguir la mayor puntuación a base triquiñuelas argumentales. Es lo que se conoce como el "y tú más", una práctica inútil que pronto aborrecí.

Recuerdo que en aquella época todavía no me había definido ideológicamente. Me encontraba en una especie de limbo ideológico, una situación de indefinición a la que algunos se refieren como ser apolítico. Es como caminar por una cuerda floja donde los impulsos y la ignorancia juegan un papel fundamental: según el peso que tenga cada concepto caerás hacia un lado o hacia otro. Una vez en el suelo, toca pensar si has caído en lado adecuado.

El anclaje ideológico

Hoy por hoy, me considero de izquierdas, republicano e internacionalista, lo que no quiere decir que lo sea toda la vida. En esto hay algo que siempre me ha llamado la atención, y son esas personas que se quedan ancladas en una posición ideológica desde críos. Es decir, ¿no ha habido ningún proceso o evolución para llegar hasta ese punto? Quizá sea porque han sido educados en ese ambiente y no han llegado a preguntarse por qué piensan así. Es como quien es del FC Barcelona porque su padre siempre ha sido de ese equipo: el chaval da por sentado que pensar así es lo correcto y evita cualquier incómoda reflexión.

Es cierto que si empezamos a hilar fino resulta difícil discernir hasta qué punto nuestros pensamientos son independientes o inducidos. Al fin y al cabo, ninguna opinión que vertamos será totalmente imparcial al estar sometida a influencias externas. Aun así, existe una forma que ayuda a contrarrestar esos lavados de cerebro, y es leer, pero leer de todo, no solo novelas de ciencia ficción.

Votar por votar

Cuando uno va a votar se entiende que antes de eso ha habido una reflexión previa, es decir, que no debería ser un acción automática ni hecha al tuntún. Se trata de un derecho que tiene la ciudadanía y que conlleva una gran responsabilidad. Estás eligiendo al partido que quieres que gobierne en los próximos cuatro años, un partido que, según la cantidad de votos que tenga, podrá gobernar a golpe de real decreto o por consenso con los demás partidos. Lo lógico sería que, en lugar de conformarte con lo que dice la televisión, revisases el pasado de tu partido preferido e hicieras una lectura más o menos imparcial del mismo. Claro, eso conllevaría invertir parte de tu tiempo buscando información. ¿Lo harías?

Otro detalle importante es leer su programa electoral, sí, ese taco de hojas que pocos se molestan en mirar. Que el candidato tenga buena apariencia y sea carismático debería ser algo secundario, ya que lo importante es qué pretende hacer si llega a la presidencia (y si puede cumplirlo). Leer esos programas puede ser una tarea pesada por la cantidad de hojas que suelen tener (de normal, más de cien), así que es preferible ir leyéndolos poco a poco para evitar pegarse panzadas. Eso sí, si leer más de una página te fatiga, mal vamos.

Para que el lector no piense que estoy haciendo una montaña de un grano de arena, debo añadir que me he encontrado con gente que realmente piensa que Podemos e IU son partidos totalitarios que no buscan nada bueno. Luego les preguntas por qué creen eso y no saben darte una respuesta coherente. Empiezan a farfullar maldiciones contra los comunistas, buscan con la mirada a alguien que les apoye y pronto te cambian de tema. Lo único que tienen son prejuicios, lo que hace que el día de las elecciones vuelvan a votar al PPSOE por aquello de "más vale malo conocido, que bueno por conocer".

Después están los que pasan de ver las noticias porque les molesta ver tantas desgracias y casos de corrupción. Son los típicos que solo conocen a los representantes de algunos partidos por haberlos visto en programas de zapping o en un fatal despiste tras dejar las noticias unos breves segundos. Supongo que el lector ya conocerá su canal preferido.

¿Fallo del sistema?

En este tema, hay gente que dice que el sistema está mal montado y debería reformarse (nunca te dan una solución), pero yo no estoy de acuerdo. A mi modo ver, el sistema no está tan mal ideado, el problema somos nosotros, que para el poco poder que nos dan lo ejercemos mal. Es decir, ¿de qué sirve empoderar al pueblo si este no sabe qué hacer con ese poder? O dicho de otro modo: ¿De qué sirve la democracia si la ciudadanía no tiene ganas de participar en ella? Y ojo, solo estoy hablando del simple acto de ir a votar cada cuatro años, algo del todo insuficiente para que un país pueda llamarse democrático (con Franco también se votaba).

Y para terminar, una última reflexión: si mucha gente, ya sea por pereza o por ignorancia, no sabe votar, ¿qué ocurriría si este país se convirtiese en una democracia más participativa? ¿Habría más concienciación o iríamos de mal en peor?