lunes, 15 de diciembre de 2014

¡Por fin me he leído el Quijote!


Estaba estas últimas semanas leyendo los libros que tenía comenzados pero que, por cuestiones de tiempo, desgana o aborrecimiento había dejado aparcados. Uno de ellos era "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha". Lectura que considero obligada no solo por ser una de las más destacadas de la literatura española y universal, sino porque, hablando en roman paladino, se trata de un memorable Zas! en toda la boca a esas obras caballerescas que tan de moda estaban en la época. Cervantes, probablemente crispado ante tanta charlatanería, sinsentidos y desquiciantes fantasías, decidió ir a contracorriente desmitificando de una vez la tradición caballeresca y cortés, y vaya si lo consiguió.

El problema que tiene Don Quijote es que, a parte de ser un tocho de más de mil páginas, se nos ha intentado meter con calzador desde la escuela. La obra de Cervantes se ha convertido casi en un ejercicio de patriotismo, pero si obligas a un crío a leerse sendos párrafos en castellano antiguo lo único que consigues es que no quiera volver a tocarlo en la vida. En serio, ¿a caso esperan que se enamoren de la lectura haciéndoles leer el Quijote a palo seco? Más de uno debería revisarse el sentido común...

Cuando me lo compré hace poco más de 3 años no esperaba que me gustase. Mientras traía el libro de vuelta a casa tenía la impresión de que ese ladrillo me costaría las mil y una noches terminarlo, si es que llegara a conseguirlo algún día. Lo más sorprendente es que, cogido con tranquilidad y sin fecha límite, llegas a disfrutarlo. Exacto señores, la historia es entretenida e incluso divertida, aunque no aconsejo intentar leerlo en menos de un mes ni como sufrida obligación, porque si es así las ganas de tirarlo a la hoguera se harán tentadoras. Se trata, ante todo, de un libro que se disfruta poco a poco.

Eso sí, el libro sabe sacarte más de una sonrisa, sobre todo la segunda parte y la tremenda pulla que, a través del mismo, le metió Cervantes a un listo que sacó una falsa segunda parte. El granuja se hacía llamar Alonso Fernández de Avellaneda (un seudónimo), y la pelotera que pilló Cervantes fue tal que en la auténtica continuación los protagonistas ya saben que alguien ha publicado una segunda parte falsa con historias inventadas. En la ficción, la primera parte la escribiría Cide Hamete Benengeli, un supuesto historiador musulmán.

Las situaciones cómicas en las que se ven envueltos los personajes son casi incontables. Personalmente, veo la primera parte más trabajada que la segunda. El segundo tomo trata, básicamente, de las burlas y bromas que le hacen diversos personajes que se han leído la primera parte de Cide Hamete. De entre todas ellas, yo me quedo con la supuesta ínsula de la que Sancho Panza se creía gobernador. El choteo de los bromistas llega hasta tal punto que incluso simulan una "invasión" o "guerra". Al final, si se piensa con detenimiento, empiezas a preguntarte quién está más loco, si Don Quijote y Sancho o los pobres desgraciados que se empeñaban en hacerles la burla con tanto ahínco.

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