viernes, 29 de agosto de 2014

Los pasajeros del Titanic, diferencias de clase hasta después de muertos.


Cuando el trasatlántico más grande y lujoso del mundo en su época empezó a hundirse, la verdadera naturaleza humana afloró entre los cientos de personas que se hallaban atrapadas en la gigantesca mole de metal. Ya no había cabida para las medias tintas: era vivir costase lo que costase o perecer ahogado. A lo largo de las más de dos horas que el buque tardó en sumergirse  se dieron muchos casos de valentía y ruindad, de gente dispuesta a sacrificarse por los demás y otros que ansiaban una vida más larga a como de lugar. En este tipo de situaciones tendemos, erróneamente, a juzgar las acciones de aquellas personas que solo miraron por su propio bienestar, pero hacer tal cosa no es correcto ni justo porque nosotros mismos no sabemos lo que habríamos hecho en su lugar.

Siendo francos, casos de heroísmo se dieron muchos, como el de un español de clase noble que, en vez de subirse en el bote y salvar la vida, cedió su lugar a una mujer y varios niños de tercera clase. También hay que reconocer el valor de los fogoneros, que se sacrificaron manteniéndose en sus puestos para que el Titanic siguiera iluminado hasta el último momento. De solo imaginar a esos pobres hombres echando palazos a las llameantes calderas con el agua hasta las rodillas hace que uno se estremezca, sobre todo porque consiguieron que el número de muertos disminuyera notablemente. ¿Os imagináis la catástrofe si las luces se hubieran apagado a los pocos minutos de empezar a hundirse? 

Las calderas del Titanic
Solo con nombrar el número de víctimas según la clase uno ya se hace una ligera idea de cómo debieron desarrollarse los acontecimientos y a quiénes permitían subir a los botes. Es un hecho que, como podrá apreciar el lector, se constata fácilmente:
  • Primera clase: 123 muertos de 325 que subieron a bordo (38,6%).
  • Segunda clase: 167 muertos de 285 que subieron a bordo (58,6%).
  • Tercera clase: 528 muertos de 706 que subieron a bordo (74,8%).
  • Miembros de la tripulación: 663 muertos de 885 (76%).
Con el fin de recuperar todos los cuerpos posibles la White Star contrató a varios buques para que rastreasen la zona e hicieran lo que pudieran. El primero que llegó al lugar fue el MacKay-Bennett, donde se recogieron 306 cuerpos, de los cuales 116 fueron arrojados otra vez al mar porque eran de segunda y tercera clase y andaban cortos de espacio. Los muertos que iban bien trajeados y engalanados eran metidos en ataúdes de madera y conservados en hielo, mientras que a los de segunda (si había sitio) los envolvían en rudas lonas. En cuanto a las víctimas de tercera clase...en fin, eran directamente apilados unos encima de otros sin mucho miramiento por los escasos espacios libres que quedaban.

Un segundo barco, el Minia, salió a buscar más cadáveres encontrando apenas 17, el Montmagny localizó 4 y así hasta que dejaron de verlos. Todo parecía haber terminado hasta que, un mes después, el Oceana divisó algo que les heló la sangre: un ajado bote, aún intacto, que portaba a 3 pasajeros con trozos de corcho del chaleco salvavidas todavía en sus bocas. Sin duda, el delirio del hambre les llevó hasta ese extremo, pero tres personas en una barca tan grande no cuadra. ¿Llegaron al canibalismo? Lo cierto es que no sería de extrañar...

Al final, lo que la tragedia dejó patente fue que la supervivencia de los pasajeros no solo dependió de la fuerza de voluntad de éstos, sino de la clase a la que pertenecían. Si eras de primera clase tenías asegurado un puesto en cualquiera de los botes, pero si ya pertenecías a estratos más bajos de la sociedad subías a los botes si había "algún hueco". De hecho, en el primer bote que recogió el Carpathia apenas habían 20 personas (teniendo capacidad para 65) y todas ellas pertenecían a la clase alta

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