Durante estos últimos días he podido apreciar a través de mi ventana que el número de personas con mascarilla escasea bastante. Es como si todos creyesen que por el mero hecho de haberse relajado el confinamiento ya no tienen que tomar medida alguna, pero es que a los que la llevan también hay que darles de comer aparte. La mayoría de ellos no la dejan quieta y se pasan la recomendación de mantener las distancias por donde no les da el sol, así que no es extraño ver a cuatro individuos sentados en un mismo banco o a un apretujado grupo de siete u ocho personas hablando animadamente sobre cualquier nimiedad (y la mayoría sin mascarilla, por supuesto).
Como no soy de piedra, entiendo perfectamente que muchos tengan ganas de pasar página y volver a lo de antes. Después de todo, es algo lógico que después de casi dos meses de confinamiento forzado uno quiera hacerse la ilusión durante un rato de que no ha ocurrido nada. No obstante, hacer eso antes de tiempo me parece estúpido, egoísta y de una temeridad imperdonable. No solo porque ellos mismos pueden infectarse, sino porque pueden contagiar a mucha gente sin que se den cuenta, y cuando pienso en esto último no puedo evitar preguntarme si son unos inconscientes o si directamente les da igual. ¿En qué coño piensan?
Visto lo visto, me parece ya casi un hecho que esos expertos que advierten sobre una segunda oleada tienen más razón que un santo. Desconozco si este comportamiento tan irresponsable será solo cosa de España o de los países occidentales en general, pero si seguimos así y la gente no se toma el problema en serio no lograremos quitarnos de encima al coronavirus en mucho tiempo.
Imagen: fernandozhiminaicela
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