sábado, 28 de diciembre de 2013

Obsolescencia programada


Estoy seguro que a más de uno esa vieja máquina de escribir le despertará viejos recuerdos. Pertenecía a una época distinta donde la obsolescencia programada todavía no se encontraba tan arraigada en el mundo mercantil como ahora. Era una época en la que electrodomésticos tan comunes como la lavadora o la nevera tenían una vida media de 25 o 30 años en lugar de los ridículos 10 años que puede seguir funcionando la “nueva tecnología”. Obviamente, todos sabemos que una buena parte de estos electrodomésticos se estropean antes de llegar a esa doble cifra, lo que nos deja con una pésima inversión.

La obsolescencia programada comenzó a utilizarse entre los años 1920 y 1930, cuando la producción en masa, junto con el auge de la industrialización, obligó a las empresas a plantearse un nuevo modelo de negocio. Ya no les salía rentable vender productos duraderos porque ello supondría perder beneficios, de modo que se llegó a una conclusión: si a ese mismo precio de venta nos ahorramos costes y producimos el producto con materiales de peor calidad lograremos lucrarnos más y, por si fuera poco, obligaremos a los clientes a volver con mayor frecuencia al estropearse antes lo comprado. Un pelotazo en toda regla vamos.

Esta idea se aplicó religiosamente en todos los ámbitos de la industria y el comercio como si de una nueva ley se tratase, y desde entonces ha ido evolucionando hasta hoy. Ahora no se produce para satisfacer tanto a corto como a largo plazo al consumidor, sino para gastarte un dinero extraordinariamente elevado en un producto que, con toda probabilidad, vas a desechar dentro de 2, 3 o 5 años. Un claro ejemplo de ello son los portátiles y los móviles, cuyo ciclo de vida útil se basa en la nueva tecnología que va saliendo y las pobres e inútiles baterías que siempre te encasquetan.

Luego, sin necesidad de buscar mucho, tenemos casos extraordinarios como la bombilla de un cuartel de bomberos de California, que lleva encendida 123 años (y no es la única de su especie). Ésta empezó a funcionar en 1890 y ya ha entrado en el libro Guines de los Récords como la que más tiempo se ha mantenido en activo. Sin embargo, la explicación de este “fenómeno” es menos misteriosa de que lo que muchos quieren hacernos creer, ya que su secreto se encuentra en el propio filamento de la bombilla, que es más grueso de lo común. Eso, y no casualidades milagrosas, es la razón de que siga encendida después de tanto tiempo. En la actualidad, las bombillas incandescentes tienen una vida útil de 1.000 horas y las de bajo consumo de 8.000, una cantidad irrisoria en comparación.

Si seguimos buscando un poco más sobre casos que evidencien el uso de esta "técnica" de ventas, nos toparemos con que, en 2005, una mujer denunció a HP porque los cartuchos de sus impresoras dejaban de funcionar pasado un tiempo, aunque todavía no se hubiera agotado la tinta. Al parecer, los cartuchos no solo iban equipados con un chip inteligente que avisaba al usuario sobre el agotamiento de la tinta, sino que, además, los volvía inservibles en una fecha determinada aunque no se hayan usado aún. Esto quiere decir que los susodichos cartuchos tenían fecha de caducidad, aunque lo más curioso de todo es que HP no ha escondido nunca esta práctica.

La compañía informática informaba en una página web de que sus cartuchos tenían un tiempo de vida útil limitado, aunque no especificaban cuál era exactamente ese período. Argumentaban que dicha tinta puede perder agua y que eso daña las cabezas de impresión, pero aquí la cuestión es que el consumidor no fue informado de la fecha de caducidad, y por esa razón la denunciante buscaba una compensación económica por daños. La verdad es que desconozco como debió acabar el asunto.

Por otra parte, las impresoras tampoco se salvan de la obsolescencia, ya que éstas también tienen, en muchas ocasiones, un chip implantado que cuenta las impresiones. Pasadas “x” impresiones la máquina deja automáticamente de funcionar, y si se quiere arreglar la tienes que mandar a la compañía, que te hace un presupuesto por el mismo dinero que te cuesta una de gama baja (más a parte lo que cueste de reparar). Lógicamente, la gente prefiere adquirir una impresora nueva y dejarse de historias, pero por la red ya circulan maneras de resetear el dichoso chip para que la impresora vuelva a funcionar, así que si se os estropea pensáoslo bien antes de tirarla.

Como caso personal, mi abuela se compró hace aproximadamente 35 años una televisión a color. No era de las primeras que salían y tampoco de las mejores. Había que almorzar bien para poder levantarla debido a sus enormes dimensiones y, lo más curioso de todo, sigue funcionando hoy en día. El color ya no es el mismo, como es lógico, pero después de más de tres décadas no se ha estropeado una sola vez. ¿Increíble no?.

También recuerdo que cuando era pequeño teníamos en la casa de campo una pequeña televisión en blanco y negro. Era de color blanco y la pantalla sobresalía del armazón de plástico con una forma abombada bastante curiosa, pero desgraciadamente acabó estropeándose. Eso sí, después de más de cuatro décadas funcionando sin dar ningún tipo de problema.


Supongo que muchos de los que lean este post tendrán multitud de ejemplos personales, ejemplos de como los aparatos viejos que poseían les han terminado rindiendo más que los nuevos. Es el consumismo feroz, hijo del capitalismo en el que vivimos, que en lugar de pensar en las toneladas de basura que genera ese modo de vender se preocupa sólo por los beneficios instantáneos mirando su entorno desde una perspectiva a corto plazo. No se piensa lo que va a ser de este planeta dentro de 50 o 100 años, cuando los productos durarán cada vez menos y serán más caros. Al final, nos ahogaremos en nuestra propia porquería.

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