lunes, 7 de abril de 2014

La iglesia católica y "los perfectos".


Pese a que soy ateo y ya estoy  curado contra el borreguismo de los dogmas religiosos, uno se percata de que en el pasado realmente existieron religiones o “sectas” cuyo objetivo fundacional no era controlar a las masas, sino prestarles ayuda sin interés alguno. Es algo con lo que me estoy topando a medida avanzo en la lectura de “Los anales de la inquisición”; de pequeñas sectas derivadas del cristianismo que seguían una filosofía humanista que ya me gustaría que siguiera la actual. De hecho, me cuesta creer que sacaran realmente esa ideología tan humana de un libro como la biblia, cuyas barbaridades y sanguinolentos relatos abundan por doquier.

Sobre el siglo X surgió una secta cristiana alternativa que se hacía llamar “los perfectos”, o simplemente “los hombres buenos”, que era como se los conocía. Su fe se llamaba catarismo, y parecía recoger diversas ideas orientales sobre la dualidad de la creación, ya que según ellos todo lo espiritual pertenecía a Dios y todo lo carnal al diablo. Fue aniquilada por el Vaticano por considerarla como una amenaza potencial y todos sus integrantes sufrieron cruentos destinos. La razón por la que nuestra señora iglesia decidió acometer tal barbarie no sólo fue por la diferencia de matices en cuanto a los dogmas, sino porque dejaban en evidencia la hipocresía de la “santa madre iglesia” todos los días. Ellos criticaban el lujo y los excesos como una traición a la fe en sí misma, y eso al Vaticano no le gustaba nada.

"Los perfectos" predicaban con el ejemplo. Para empezar, rechazaban cualquier clase de riqueza material y vivían de la caridad de la gente. Profesaban una fe que no conocía de catedrales, obispos ni suntuosos tesoros.  Ayudaban a los enfermos dándoles apoyo moral y tranquilizándolos mientras llevaban a cabo su peculiar ritual; no tenían ambiciones terrenales y si encontraran (por poner un ejemplo) oro en el camino  no lo cogerían a menos que alguien se lo regalara. Eran, en definitiva, buena gente de la que sólo cabía esperar buenas acciones. Desde luego, a veces la humildad demuestra ser una mayor amenaza que cualquier cruenta revuelta, ¿no os parece?.

Cuando aparecían en un pueblo la gente del lugar siempre solía acogerlos con simpatía porque sabían que, al contrario que la rapiña inquisidora, ellos no iban a quedarse con lo que no era suyo ni pretendían apresar a nadie para colgarlo o quemarlo. Su única misión era difundir sus creencias y ayudar a los demás, y como compensación únicamente pedían un poco de comida para poder pasar la noche con el estómago lleno. Llegaron a alcanzar gran renombre y fama, tanto que en su momento fueron hasta mil "hombres buenos" por lo que es ahora el sur de Francia y el norte de Italia, cosa que terminó siendo su perdición.  

Con el tiempo se fueron dispersando hasta desaparecer. El apogeo les duro trescientos años aproximadamente, pero a partir del siglo XIII entraron en la clandestinidad debido a las persistentes persecuciones de la inquisición. "Los perfectos", debilitados y maltrechos después de tantas batallas perdidas, se extinguieron a los pocos años de no "existir" oficialmente.

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