martes, 28 de enero de 2014

La inquisición, una barbarie que no hay que olvidar.

La imaginación humana es desbordante. Gracias a ella existen hoy en día maravillas como la torre Eiffel, Stonehenge, la catedral de San Basilio (en Moscú, Rusia), la Alhambra de Granada o la ópera de Sídney (Australia). Sin embargo, así como somos capaces de crear construcciones, esculturas y pinturas que pueden dejar admirados a muchos, también lo somos de engendrar horrores cuya malicia hace pensar que han sido concebidos por mentes enfermas y perturbadas. Es la constante contradicción de nuestra especie, que demuestra ser igual de competente tanto para lo bueno como para lo malo.

La inquisición es la representación de la radicalización de la religión hasta sus últimas consecuencias. Una institución dedicada a la supresión de la "herejía" y la libertad de conciencia, donde pensar de forma distinta a los demás se penaba con la muerte. Para ello, como en todo juicio, se necesitaba que el acusado confesara su culpabilidad, y que mejor manera de "convencerlo" que someter al inculpado a varios tormentos físicos. Lo que importaba no era que fuera culpable de haber robado o de pertenecer a una religión distinta, lo que importaba era que te habían apresado y te iban a hacer confesar lo quisieras o no. El cómo doblegaban la voluntad de esta pobre gente es lo más siniestro y ruin de todo, ya que la creatividad para alargar la agonía del infeliz parecía no tener límites.

A estas alturas la verdad es que me sirve de muy poco que el papa Juan Pablo II pidiera perdón por esta oscura época. También se disculpó por la insultante pasividad que tuvo la iglesia católica cuando millones de judíos eran aniquilados por los nazis en las cámaras de gas, pero la disculpa no cambia los hechos. Esa denigrante política de "no importa lo que hagamos, pues luego basta con pedir perdón" se me antoja insultante y digna de una impunidad sin límites. El Vaticano siempre se ha amoldado según la época para encajar sin roces ni problemas, y si para ello debían hacer oídos sordos a genocidios o se veían obligados a hacer tal o cual barbarie no pestañeaban un segundo en hacerlo. Esa es la verdadera cara de esta institución. Imponen su supervivencia al bien común contradiciendo de esa manera no pocos pasajes de su libro sagrado, la biblia. Pero oye, como el papa que tenemos ahora parece ser muy moderno mejor hacemos amnesia colectiva y aquí no pasa nada, ¿no?.

Profundizando más en el tema de las torturas,  os dejo a continuación algunos de los métodos más sonados:


La rueda para despedazar

Era el instrumento más usado en la Europa germánica, después de la horca, desde la baja de la edad media hasta principios del siglo XVIII. Consistía en estirar a la víctima desnuda y boca arriba, con los miembros bien extendidos y atados a estacas, para que el verdugo le machacara cada hueso y articulación hasta convertirlo en una especie de macabro títere. Seguidamente, se le ataba a los radios de una rueda y permanecía ahí mientras los cuervos y diversas aves carroñeras le sacaban los ojos y se comían su carne. La víctima, para su desgracia, seguía viva en esta última fase.





La doncella de hierro

Es el método de tortura más conocido. Se trataba de un sarcófago lleno de clavos estratégicamente colocados para no matar a la víctima al instante. Las afiladas puntas se clavaban en la carne al cerrarlo y el pobre infeliz podía llegar ha estar días enteros muriéndose mientras se desangraba poco a poco.



La cuna de Judas

Creo que en este caso sobran las descripciones. El acusado era izado con las cuerdas según las indicaciones del verdugo y aflojaba o aumentaba la presión según lo convenido. La afilada punta se colocaba en la entrada del ano, la vagina o bajo el escroto.











El desgarrador de senos

La herramienta se calentaba hasta ponerse al rojo vivo y las puntas desgarraban los senos de las mujeres convirtiéndolos en masas informes. Las mujeres que sufrían esta tortura eran normalmente acusadas de herejía, adulterio, blasfemia, magia blanca erótica y otros delitos. 







La sierra

Creo que en esta ocasión una imagen vale más que mil palabras. Lo único que cabe resaltar aquí es que la posición invertida no es casual, ya que debido a esto la sangre fluía más hacia el cerebro y la víctima no perdía el conocimiento hasta que la sierra alcanzaba el ombligo. 










 El toro de falaris
      
 La víctima era introducida en el interior hueco del toro de hierro y, mientras era quemada viva gracias al fuego que los verdugos avivaban, los gritos del pobre desgraciado sonaban como los mugidos un toro a través de los orificios que hacían de nariz. Según cuenta la leyenda su inventor, Perilo, fue sometido a esta tortura para "probar" su eficacia. Lógicamente, murió.   






  El machacador de cabezas    

Al prisionero se lo colocaba debajo de esta "herramienta" y, por medio de la manivela que puedes observar en la fotografía, el verdugo iba fracturando poco a poco el cráneo del reo hasta que finalmente éste se rompía en mil pedazos.    













Todo un ejemplo de amor al prójimo, ¿eh?.

                                                                                                        

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