lunes, 13 de enero de 2014

Stalin, un personaje de contrastes.


Las purgas efectuadas por Stalin son ya legendarias. Cientos de miles de miembros del Partido Comunista Soviético, socialistas, anarquistas y opositores fueron apresados en campos de concentración y otros tantos fueron ejecutados. Este modo tan brutal de represión le ayudó en gran medida a consolidar su poder. Un poder que no se podía cuestionar y ni siquiera debatir o tener una opinión contraria. La libertad de objeción que existía cuando gobernaba Lenin se terminó en el mismo momento en que murió el 21 de enero de 1924. Lenin era un líder al que no le molestaba discutir con aquellos que no estuvieran totalmente de acuerdo con él, pero con Stalin el sólo acto de manifestar una opinión contraria a la suya ya era motivo de condena, y ese miedo, ese ciego terror que incluso sus más allegados le profesaban, se acabó volviendo en su contra cuando más lo necesitaba. Estoy hablando, efectivamente, de las sospechosas circunstancias de su muerte en octubre de 1952.

Algo que cabe destacar es que Lenin ya advirtió en su testamento que Stalin no era el adecuado para gobernar.  Era una persona demasiado brutal en sus actos como para saber manejar con presteza el gobierno de la URSS. De hecho, él mismo citó en el susodicho testamento que Stalin, Secretario General del Partido Comunista desde 1922, de tener la autoridad ilimitada en sus manos no estaba seguro que supiera utilizarla con prudencia. De Trotski decía que era, quizá, el más idóneo para tomar las riendas del país, pero que estaba demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos. También, sabedor de los rifirrafes que había entre ambos personajes, advirtió que una disputa entre los dos dirigentes podría conducir a una escisión.

Por desgracia, Lenin se dio cuenta de todo esto con cierto retraso. Fue un tremendo error darle la secretaría general, una secretaría general que Trotski tuvo la oportunidad de detentar pero que desaprovechó. Cuando Lenin envió una carta secreta a espadas de Stalin al XII Congreso del partido, su futuro sucesor se enteró de ello y, tras conseguir aplazarlo hasta abril de 1923, logró que allí solo se debatiera lo puesto en ese escrito. Con este último intento a Lenin se le acabaron los cartuchos para intentar destituirlo, porque era eso lo que pretendía, quitarle de en medio para evitar un mal mayor. Sin embargo, si había algo que le sobraba al futuramente denominado “padre de los pueblos” era astucia, y supo usarla en su beneficio.

A pesar de todo, no hay que negar lo evidente. Es cierto que Stalin fue un megalómano y un tirano, pero gracias a sus políticas puso a la URSS como una de las mayores superpotencias mundiales. Tanto es así que competía incluso con Estados Unidos. Los avances que se produjeron en el campo económico, tecnológico, industrial y científico fueron más que notables. Convirtió 25 millones de parcelas en 250.000 cooperativas y realizó la operación logística más grande de la historia al trasladar piedra a piedra 2.500 fábricas a los Urales. También alfabetizó, educó y dio de comer al 90% de la población rusa y, lo que nunca se debe olvidar, fue el único que pudo acabar con Hitler.

Por si lo dicho anteriormente fuera poco, muchos comunistas creen que el actual presidente ruso, Vladimir Putin, le debe a Stalin el potencial nuclear, el programa espacial que han sido capaces de desarrollar y el estado de bienestar, así que no todo es de color negro en su historia ni hizo las cosas tan mal. Lo que hay que preguntarse aquí es si el fin justifica los medios, ya que se cargó a casi un millón de miembros de su propio partido, masacró a 22.000 oficiales polacos en los bosques de Katyn y recompensaba a los espías rusos metiéndoles en campos de concentración por si se habían corrompido al vivir en países extranjeros. Tampoco hay que olvidar que dejó morir de hambre a 7.000.000 de campesinos como castigo por negarse a unirse a la revolución.

Al final, resulta ser un personaje de contrastes tan exagerados que es difícil ponerse de acuerdo en si fue un mal o un buen dirigente si se opina desde la fría imparcialidad. Yo, desde luego, opino que no hay nada que justifique los genocidios que cometió, pero....¿qué opinión te merece a ti?


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