lunes, 4 de noviembre de 2013

Espartaco, camino hacia la libertad


La libertad suele ser una palabra algo más compleja de lo que muchos creen saber. Es un concepto que puede llegar a abarcar un sin fin de definiciones, cada cual más variopinta y complicada que la anterior. Sin embargo, ¿qué es la libertad?, ¿hasta dónde llega y cuáles son sus límites?, ¿es ético a caso imponer límitaciones a una palabra cuya esencia es precisamente la carencia de los mismos?. Si empezamos a hilar fino en este asunto nos percataremos de que nadie posee la libertad absoluta. No podemos volar ni materializarnos de repente a 20 metros de distancia, no nos es posible correr a más de una determinada velocidad ni tampoco somos capaces de subir una elevada montaña sin antes prepararnos como es debido. Todos estos impedimentos son contrarios a ella, y la pura verdad es que, así como el bien y el mal, cada uno de nosotros tenemos un punto de vista distinto de lo que es. ¿Cuál es su verdadera definición entonces?: pues sencillamente lo que la experiencia y forma de ver las cosas, tan particulares en cada ser humano, te hayan indicado. 

Espartaco tenía su propia visión de lo que era la libertad. Para él ese concepto quería decir no servir como esclavo de nadie, vivir tranquilo con su esposa sin la inoportuna molestia de ningún arrogante soldado y, lo más importante, tener la opción de ir a donde quiera.

Al contrario de lo que dicta la creencia popular, Espartaco no nació siendo un esclavo. Él provenía de la antigua Tracia y se vio obligado a unirse a las tropas auxiliares romanas cuando su pueblo fue invadido por ellas. En dichas tropas aprendió tanto la disciplina como la estrategia militar, a usar la espada como es debido y a analizar sus opciones con sangre fría en situaciones adversas o de peligro. De hecho, fue esta experiencia como soldado una de las principales razones de que la rebelión tuviera tanto éxito, y el motivo es obvio: conocía las estrategias militares romanas, su forma de pensar y las reacciones que tendrían ante varios tipos de ataques.

A pesar de todo, este desconocido hombre tenía principios, así que cuando le ordenaron atacar a su propio pueblo natal se negó y desertó. No iban a ser sus manos las que se mancharan con la sangre de su propia gente, pero por desgracia su decisión tuvo consecuencias: lo volvieron un simple esclavo y lo separaron de su mujer, quien también pasaría a poseer entonces el mismo desgraciado "rango" que él. Obviamente, todos sabemos lo que les pasaba a las mujeres esclavas en aquella época.

Poco tiempo después de que lo atraparan se vio obligado a trabajar en unas canteras de yeso con su hermano, pero gracias a su formidable fuerza física fue comprado por un mercader para la escuela de gladiadores  de Cápua de Léntulo Batiato. Allí logró sobrevivir a las sangrientas batallas que se celebraban en el coliseo y tuvo suficiente tiempo para orquestar, junto con dos galos (Crixo y Enomao) y 74 hombres, una rebelión que haría temblar los mismísimos cimientos de Roma. Una rebelión que, para ser exactos, fue la semilla del posterior declive y caída de aquel milenario imperio.

Espartaco empezó con 74 salvajes hombres sedientos de sangre y terminó amasando la friolera de 120.000 guerreros dispuestos a darlo todo para hacer caer al Imperio Romano. Los beneficios que conseguían robando en diversas aldeas los repartía de forma igualitaria sin hacer distinciones ni con él mismo, y del objetivo inicial de venganza había pasado al de salir del país y ser libres puesto que también tenía a mujeres y niños a su cargo. Sin embargo... ¿cómo logró tener tantos hombres?.

Al principio de su rebelión el gobierno central los subestimó. Para ellos no era más que un "incidente aislado" que no tardarían en resolver. No obstante, las numerosas batallas que iban ganando y el asesinato de Cayo Claudio Glabro en el monte del Vesubio terminó llamando su atención. 

La estrategia del tracio fue hacerle creer a Glabro que estaban acorralados en lo alto de la montaña del Vesubio. Aparentemente no tenían salida a juzgar por las tropas romanas que rodeaban toda la montaña, pero el ex-esclavo tenía un as bajo la manga: ataron unas hebras que crecían de forma natural y construyeron cuerdas, y por la parte posterior (que era una especie de precipicio) bajaron por la noche pillando a los soldados con la guardia baja. Esa madrugada no quedó un sólo romano en pie.

Al final, el Imperio Romano se topó con un problema de descomunales dimensiones que no sabían cómo resolver. Espartaco atacó a muchas "escuelas de gladiadores" consiguiendo de ese modo hombres que supieran luchar, se rodeó de gente de su confianza y sus tácticas militares se fueron tornando cada vez más afiladas y elaboradas. Los soldados romanos acababan yendo a la guerra con la moral por los suelos tras la increíble racha de victorias que acumulaban los rebeldes.

La fortuna, por desgracia, no estuvo mucho tiempo más del lado de Espartaco. Uno de los principales gladiadores con más popularidad, Crixo, era totalmente reacio a la idea del tracio de huir para ser libres. Él quería derrocar Roma, pero el líder no estaba de acuerdo puesto que sabía que lo que pretendía era demencial. Su situación era más que precaria y él lo sabía.

Como resultado del desacuerdo Crixo se llevó consigo a 20.000 hombres. Aunque lo cierto es que él no poseía la habilidad estratégica de Espartaco, razón por la cual no tardó mucho en caer bajo las manos del Propretor Arrio, quien los aniquiló a todos. 

El propretor Arrio, junto con Léntulo y Gelio fueron derrotados por Espartaco con brillantes movimientos pese a la notable mengua de hombres que sufría en esos momentos, y pronto los romanos volvieron a desesperarse al ver que sus legiones establecidas en Italia no eran suficientes para terminar con la rebelión. No podían estar más atónitos.

Como último cartucho para evitar que saliera de la península, Roma pidió ayuda a Craso Longino, cónsul de inmensa riqueza e influencias. El tracio también lo derrotó en varias ocasiones, llegando a enervarlo hasta tal punto que aplicó una brutal práctica entre sus soldados llamada "diezmo", que consistía básicamente en matar a todos aquellos que habían huido en las varias batallas que tuvo contra su oponente. Esto logró disuadir a los soldados romanos de que corrieran en dirección contraria cuando vieran a los rebeldes prefiriendo, por tanto, morir antes que sufrir tal tortura.

Más tarde, debido a la entrada en escena del general Pompeyo, volvió a haber disensiones entre los hombres de Espartaco y perdió otros tantos miles. Al final, se quedó con 80.000 de los 120.000 rebeldes que llegó a tener.

En la batalla definitiva que se libró (fue a pie), el Tracio tenía todas las de perder. La superioridad numérica era abrumadora, y él sabía muy bien que no importaba ya las estratagemas que urdiera porque su fin era claro. A pesar de todo, los 80.000 hombres libres se enfrentaron ante las pavorosas legiones romanas y, tras una encarnizada batalla, perecieron más de 60.000. Una cifra totalmente desigual si consideramos que sólo lograron aniquilar a poco más de 1.000 romanos. Espartaco, cuyo cuerpo jamás se encontró, también murió con ellos.

Consecuencias del alzamiento de los esclavos:


La rebelión organizada por Espartaco no logró terminar de golpe con la esclavitud en el, por entonces, imperio más poderoso del mundo. No obstante, el enorme caos que armó obligó al senado a tomar una serie de medidas socio-económicas que, a la larga, resultaron en la caída de Roma y el final de la esclavitud como modo de producción predominante en Europa.

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