lunes, 4 de noviembre de 2013

Ted Bundy

Ted Bundy nació en 1946, hijo ilegítimo de una joven soltera proveniente de una familia puritana. Fue rechazado por ella durante sus primeros años por no haber sido un hijo deseado. Por ello, se crió con sus abuelos creyendo que eran sus padres hasta los cuatro años. Su madre, al no querer hacerse cargo de él, hacía de hermana.

Debido al rechazo que sufrió en la infancia, desarrolló una personalidad tímida y retraída mostrando en ocasiones un comportamiento extraño. Su abuelo, para más inri, era un hombre violento que pegaba a su mujer, lo que ya nos proporciona de buenas a primeras el caldo de cultivo para que se volviera todo un psicópata. Como era de esperar en una familia tan disfuncional, Bundy comenzó a disfrutar torturando y matando animales desde bien pequeño. El peculiar y tenebroso gusto fue yendo en crescendo hasta alcanzar niveles realmente preocupantes. Un día, su propia tía se despertó rodeada de cuchillos mientras un Ted Bundy de tres años la miraba sonriente.

Bundy poseía un coeficiente intelectual de 150, detalle que le ayudó a graduarse en derecho con honores en la Universidad de Washington. Siempre se le consideró un alumno brillante y era muy estimado entre sus profesores. Al terminar los estudios se enfrascó en varios trabajos e incluso obtuvo una condecoración de la policía de Seattle por salvar la vida a un niño que estaba a punto de ahogarse. También era frecuente que la gente lo relacionara con figuras importantes del partido republicano de los Estados Unidos.

Tan brillante futuro se torció cuando cometió su primer asesinato en 1974, año en el que atacó a una mujer con una barra de hierro mientras dormía. Apenas un mes después le quitó la vida a otra en el mismo campus universitario (Washington) llevando su cuerpo lejos del lugar de los hechos. En todos estos crímenes adoptaba el mismo ritual: seguía a la mujer en cuestión hasta su casa donde la asesinaba o, según le venía, la llevaba a un lugar apartado haciendo uso de su encanto para matarla igualmente.

Tras sus primeros crímenes, Bundy comenzó a viajar por todo el país dejando un rastro de asesinatos y secuestros que ni siquiera hoy en día se pueden cuantificar al 100%. Sus andanzas fueron largas y horrorosamente fructíferas, pero cuando lo detuvieron en el verano de 1975 mientras conducía de forma errática debió comprender, con lógica milenaria, que ese era el comienzo de su final. Logró escaparse poco después de entrar en prisión por cargos de asesinato, aunque en vano, porque lo detuvieron a los 6 días.

Cuando fue nuevamente detenido, despidió a sus abogados y decidió representarse a sí mismo. Se puso a estudiar varios libros de derecho desde la cárcel y se defendió tan bien que logró alargar la sentencia de muerte durante 9 años ante un sistema que pedía su cabeza. Por aquel entonces se le imputaban 14 asesinatos, pero lo que realmente pone los pelos de punta es que estuvo muy cerca de convencer al jurado de su supuesta locura. Evitar la silla eléctrica era, como es de cajón, el objetivo principal

La noche víspera de su ejecución (24 de enero de 1989), sabiendo que ya todo estaba perdido y que lo iban a ejecutar de todas maneras, se lo encontró riéndose a carcajada limpia en el “pabellón de la muerte” ante el silencioso temor de los demás reclusos. El guarda de seguridad fue donde se encontraba y le preguntó, extrañado, qué era lo que le hacía tanta gracia. Ted Bundy respondió que sólo lo habían condenado por 14 asesinatos, y a la pregunta de “¿y qué quieres decir con eso?”, él respondió: “¡Que yo en realidad cometí más de 40!”.

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